viernes, 29 de diciembre de 2006

Corrupción virus letal

La corrupción como virus letal.

Mucha de nuestra incertidumbre proviene del hecho de que perdemos la confianza en los representantes del pueblo. Deducimos que el aparato del Estado aún tiene a los hombres que fueron formados por el Estado puntofijista, y por lo tanto, son personas que ocupan cargos a los que no se merecen. Están robando al pueblo y desacreditan la gestión revolucionaria. Muchos concejales, alcaldes, diputados y gobernadores que aprovecharon el portaviones de Chávez hoy en día están señalados por el pueblo como mafiosos, estafadores, delincuentes amparados por el Estado y sus instituciones. Esta impunidad de la que gozan debe terminar para que renovemos nuestro proceso revolucionario. Deberán hacerse a través de los medios que la Constitución provee. De lo contrario el abismo que se vaya creando aislará al gobierno revolucionario de su magna gestión y todo quedará en proyecto. La asamblea de ciudadanos y ciudadanas, los cabildos abiertos, los consejos de planificación, los consejos de políticas públicas y el referéndum son las instancias que tenemos para atacar el virus mortal de la corrupción. No se salvan los uniformados que se creen amparados por el cuerpo institucional de las fuerzas armadas y cometen toda suerte de atropellos a la política social y participativa de la democracia bolivariana. Por eso la ética debe ser una constante en la labor del representante del pueblo, sea uniformado o civil. En este sentido podemos aceptar que nos falte una organización, una estructura partidista, que nos permita desarrollar una estrategia contra los conspiradores, internos y externos; lo que no podemos aceptar bajo ningún pretexto es la proliferación de la corrupción en el aparato gubernamental que habla por la mayoría. De aquí nuestra preocupación por los hechos que no podemos negar frente a la realidad. Hechos de corrupción que deberán atacarse más temprano que tarde afín de dar un paso adelante sobre la IV República, sellada por la ilimitada corrupción y viciada por esta. Siguiendo el hilo de este discurso, el potencial revolucionario del MVR, por ejemplo, no puede quedar en una amalgama de usurpadores políticos, y aprovechadores oportunistas, cual un chiripero de izquierda. Exadecos y excopeyanos, que serpentean por la corriente de “gobernabilidad” y camaleónicamente tratan de pasar desapercibidos. En la medida en que podamos neutralizar el virus de la corrupción dentro del aparato del Estado, en esa medida nuestra inteligencia impondrá de forma efectiva y estratégica un avance histórico en relación al pasado perverso de manipulación del pueblo y de su marginalización y empobrecimiento. El proceso revolucionario venezolano debe, mas temprano que tarde, fortificarse en la depuración de sus representantes políticos, económicos, intelectuales, religiosos, militares. Y simultáneamente edificar en su labor educativa y formativa un nuevo hombre, un ciudadano que esté a la altura de aceptar que el momento histórico que vivimos merece una total atención a los mecanismos autodestructivos que permanecen. Vigilar perseverantemente, las malas conductas que se vuelven viciosas por lo impunes, y que degeneran en una proyección contradictoria del proceso. En síntesis, se trata de una labor que el mismo pueblo organizado deberá emprender con los instrumentos que la Constitución le brinda para encarar valientemente la labor profiláctica de sanear las mismas instituciones que dan vigor al Estado venezolano. Una vez consolidada una estructura que se afirme a sí misma neutralizando la corrupción administrativa, y en el mejor de los casos eliminándola de raíz, el mismo proceso revolucionario aumentará su vigor y establecerá mecanismos propicios para enfrentar con más inteligencia los ataques que desde afuera con ecos internos proyectan los enemigos de la revolución venezolana. Es una única oportunidad histórica de reivindicar los valores atropellados por casi 200 años de manipulación siniestra. Sabemos que es imposible erradicar el mal de la corrupción en una generación o dos o tres. Pero es nuestra responsabilidad vital y nuclear, sentar las bases para combatir cada día más eficazmente contra este flagelo indigno. Estamos siendo observados por una comunidad mundial que vive un conflicto generalizado. Un mundo globalizado que gira alrededor de valores individualistas, en donde se proyecta la idea macabra del “todo para nosotros y nada para los demás”. Y en términos geopolíticos, esto representa un orden mundial de relaciones en el que predomina la exclusión de los más necesitados, y la afirmación de elites que acumulan riquezas a costa del exterminio de mayorías pobres y execradas. Vivimos un mundo donde es “mejor” establecer relaciones de amor virtuales que consolidar el matrimonio. Un mundo en donde lo étnico, racial, folklórico se ve atormentado por una falsa identidad, generando más confusión y caos. La revolución bolivariana viene a restaurar valores humanos que enaltecen la dignidad y el derecho a la vida de todo ciudadano libre y soberano. La globalización que produce más miseria, más hambre, enfermedades y abandono, ecocidio y genocidio es el producto final del neoliberalismo salvaje. Nosotros queremos una nación más justa, menos desequilibrada y más humanitaria. Luchar contra la corrupción dentro del sistema afirmará la revolución venezolana y creará modelos éticos y políticos dignos de ejemplo para las naciones del hemisferio que ven en nuestro proceso una luz en el abismo.

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