viernes, 29 de diciembre de 2006

¿Quién tiene la verdad?

¿QUIEN TIENE LA VERDAD?


El 18 de Febrero de 1983 entramos en una crisis económica de la cual no sólo que no hemos podido superar, sino que hemos profundizado en ella. Devaluación de la moneda, inflación, pérdida del poder adquisitivo, y las consecuencias archiconocidas de un drama colectivo: desocupación, empleo informal, éxodo, desestabilización, fragmentación del Estado, debilitamiento de la soberanía nacional, división y polarización políticas y toda forma de violencia social. Lo cual representa un cuadro doloroso de desintegración nacional. 6 años después se produce el “Caracazo” como consecuencia ineludible de la crisis global. 9 años después de aquel “Viernes Negro” ocurren 2 intentos de Golpe de Estado, liderando aquella intentona el actual presidente de la República. Todos conocemos los detalles históricos de lo que vino después de la desfenestración de CAP. Ya para 1998 era un hecho la emergente figura del líder popular que hoy ocupa Miraflores. Un ciclo de elecciones que determinarán un cambio profundo en lo político y en lo jurídico darán como fruto una nueva Constitución nacional y una oportunidad únicas para la reforma del Estado. En

Abril de este año insurgen cuadros mezclados entre civiles y militares cuya característica ideológica señaló al pasado sombrío y deshonroso de América Latina. De pronto como en un momento de las pesadillas regresamos a las violaciones, secuestros, allanamientos y muerte. Lo poco que duró la intentona golpista nos ha dejado impresionados de la crueldad de sus autores materiales e intelectuales. Y a raíz de esta crisis institucional, se ha manifestado una hora de “diálogo” nacional. La matriz del mismo es poder saber qué ocurrió el 11, 12, 13 y 14 de Abril pasados y quiénes son sus responsables. Al parecer como país hemos cruzado una sombría y penosa avenida existencial entre Febrero de 1983 y Abril de este año. A casi 20 años del penoso hundimiento económico y social, Venezuela sobrevive una guerra interna en donde los venezolanos estamos confrontados unos contra otros; y sobrevive una guerra externa, en donde Venezuela aparece ante el mundo como una nación en donde no se puede llegar a acuerdos. Se involucran a personas e instituciones de carácter internacional para que investiguen lo ocurrido y nos ayuden a llegar a una verdad concreta. Se internacionaliza la “guerra interna”. La corriente de oposición se ha obsesionado con la persona, es decir, con el aspecto externo del gobierno. Ha personalizado la gobernabilidad, y a dicho que mientras no desaparezca esta personalidad de Miraflores no habrá diálogo. El gobierno por su lado por más instrumentos que involucre en las mesas de diálogo, por más propuestas que haga, no puede hablar “solo”. De manera que vivimos en la zozobra y la incertidumbre en donde la ola de rumores afectan psicológicamente nuestra ya traumatizada mentalidad colectiva. Ante la naturaleza de nuestra crisis de gobernabilidad están alertas la Corte Internacional Penal, de la cual Venezuela es el primer subscriptor en el continente y las diferentes instancias y organismos internacionales que se dedican a investigar imparcialmente las causas y los efectos de la crisis. Hemos llegado al llegadero. Mientras unos apuestan a los beneficios económicos personales (¡cuantiosos dividendos!) de un conflicto armado nacional, otros intentan desesperadamente llegar a acuerdos, pactos y negociaciones que posibiliten una transición pacífica. A mi juicio no se puede culpar al presidente de Venezuela de enquistar el odio entre venezolanos. Ya vengo narrando la historia resumida de los últimos 20 años, historia del dolor de un pueblo que no se resigna a perder su soberanía, dignidad y valor frente a las adversidades de todo tipo. Pienso que el odio ha sido subliminalmente capitalizado por los dos lados de la confrontación política. Ahora tenemos la responsabilidad de capitalizar el amor pero de forma abierta, clara, tajante y definitivamente. No hablo de un metafísico amor. Sino de un amor que es símbolo de respeto a los derechos humanos. Levantar la cabeza en Venezuela significa aumentar el amor propio, meticulosamente desvirtuado tras los 20 últimos años de bombardeo fratricida. No es un problema de culpabilidad sino de dar hábiles respuestas a la necesidad de un pueblo de madurar, crecer y fortificarse. Mas allá de la apatía, de la resignación, de las frustraciones típicas de todo proceso de transformación social, debemos enfocarnos hacia la reconstrucción de la patria. Utilizando los mecanismos nacionales e internacionales cuya naturaleza es velar por que se respeten los derechos del ser humano en todas sus ramificaciones y contexto. Somos los actores principales de una escena capital para la historia del país. Somos un pueblo que tiene el coraje de sacar a la luz pública todo lo malo de nuestras propias contradicciones; las consecuencias de ello la hemos estado viviendo recientemente. Esta es la hora de la saludable rectificación, de la reorientación positiva y de la digna afirmación como pueblo más allá de la iniciativa vil de la venganza, la revancha, la intolerancia y el desdén, propios de una mentalidad degenerada y egoísta. Nadie en su sano juicio puede deslindar el sangriento y doloroso Abril del 2002, con el Viernes Negro de 1983. No se equivoca incluso quien pueda concluir que el último es una consecuencia directa del primero. Nosotros tenemos la responsabilidad histórica de remediar tanta violencia y sacrificio, tanto dolor y penar humanos. Sabemos que unos cuantos aún persiguen desdeñosamente la desintegración atómica de Venezuela y trabajan afanosamente para lograr este cometido cuyo fin es entregar una nación a la rapiña del mercado. Otros, en los cuales me incluyo, pensamos que Venezuela vale más que un puñado de apátridas, infinitamente mucho más.

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